miércoles, 26 de febrero de 2014

Playa Blanca, la arena blanca y aguas cristalinas también existen en Colombia

Recapitulemos... Habíamos pasado los últimos 3 días en Cartagena de Indias, un precioso centro histórico, calles adornadas con balcones llenos de flores, precios altos, y calor, muuuucho calor. Antes de movernos de nuevo hacia el interior de Colombia en Medellín, teníamos un par de días en los que no teníamos planeado qué hacer. Pidiendo recomendaciones a conocidos colombianos nos dieron varias propuestas, Coveñas, San Bernardo, Playa Blanca... Todos ellos lugares famoso por sus lindas playas. Finalmente, por las fotos que habíamos visto, opiniones leídas en Internet como lugar para mochileros, y por su cercanía a Cartagena (en dos días teníamos un vuelo desde Cartagena a Medellín), optamos por Playa Blanca, un lugar escondido dentro de lo que se conoce como islas Barú, un archipiélago paradisíaco, de esos que sólo con ver fotos por Internet ya se te cae la baba. Además, todo hay que decirlo, a nivel personal, la forma de llegar hasta Playa Blanca hacía que fuese otro punto más a su favor.

Y es que para llegar a Playa Blanca desde Cartagena hay dos maneras:

- Ir al muelle de la torre del reloj, donde multitud de agentes turísticas te ofrecen el viaje en lancha hasta Playa Blanca por unos 35000 pesos por persona. Esta es la forma cara, sencilla y menos emocionante... :-D

- Tomar un bus desde Cartagena a un pueblito que se llama Pasacaballo. En Pasacaballo tomar un ferry que por 2000 pesos te cruzan de un lado a otro de un río, en el que al otro lado te esperan un montón de moto-taxistas cuyo negocio se basa en transportar a los turistas desde el ferry hasta Playa Blanca por unos 10000 pesos por personas. Esta es la forma barata, en total unos 14000 pesos por persona, ¡y más entretenida! Sobre todo el trayecto de unos 20 minutos en moto-taxi con las mochilas a cuestas.

Nosotros por supuesto elegimos la segunda opción, y así de paso probar uno de los medios de transporte que no habíamos probado hasta con las mochilas, ¡la moto! Divertido el viajecito, pero una y no más...jeje

Moto-taxistas esperando a que el ferry salga 

 El "motor" del ferry, una barquita atada con unas cuerdas

Ewe en pleno viajero moto mochilero

Las motos nos dejaron a la entrada de Playa Blanca, una playa de unos 3 kilómetros de largo, en donde aproximadamente el 80% de su litoral está ocupado por pequeños alojamientos en forma de cabañas en altura, hamacas y tiendas de campaña.

Playa Blanca

A ver... Playa Blanca es un lugar precioso, paradisíaco, aguas cristalinas, arena finísima de color blanco... Pero donde apenas hay un metro libre en la costa entre tanto alojamiento, restaurantes... Con la consiguiente llegada masiva de turistas y la basura que todo esto genera. Aunque siempre podría ser peor, al menos de momento las cabañas que sirven de alojamiento están gestionadas por una asociación de gente local que tienen la exclusividad para explotar la playa. Pero como suele pasar en este tipo de lugares, los tiburones extranjeros ya están empezando a echar el ojo a Playa Blanca y ahora andan con alguna que otra pelea por evitar que grandes cadenas hoteleras extranjeras se apoderen del lugar... Tristemente, creo que en este caso se aplica el dicho de "tiempo al tiempo".

Antes de ir hacia Playa Blanca, habíamos mirado en Internet el blog de un par de mochileros que recomendaban una de las cabañas, la de don Alex. Y la verdad que se agradece ir ya con una referencia, porque nada más llegar a la isla, sin poder disimular nuestra reciente llegada con las mochilas al hombro, a cada paso se acerca alguien ofreciendo alojamiento, hamacas, cabañas, camping... Con pocas diferencias entre las diferentes ofertas, aparte del precio, entre 40000 y 70000 por cabña, menos por camping o hamaca, el contar o no con un generador de electricidad, y las cabañas más o menos acondicionadas, desde un simple suelo de madera en alto con un colchón, como fue nuestro caso, hasta cabañas cerradas con ventilador, cama y otros muebles. En común, baños "improvisados", utilizando el agua del mar como cisterna y duchas a base de cubos de agua dulce.

Cabaña de don Alex, la nuestra era la que está sobre el cartel verde de la derecha

Estuvimos un día y medio en Playa Blanca, tiempo que aprovechamos para vivir en su más pura esencia la amabilidad de la gente costeña, que desde el primer momento que llegamos nos hicieron sentir como si llevásemos en Playa Blanca varias semanas; para practicar un poco de snorkel, aunque el mar estaba bastante movido y el fondo revuelto no dejaba ver mucho; y simplemente pasear por esa lindísima playa de arena blanquecina, tostarnos al sol (alguno más que otras...) y bañarnos en las aguas del mar Caribe, las más calientes en las que nunca nos habíamos metido hasta ese momento.

Atardecer desde la cabaña 

Fusión mexico-colombiana en Playa Blanca 

Alex, el dueño de las cabañas al fondo y otro viajero francés 

La verdad que porqque teníamos que irnos de nuevo hacia Cartagena para tomar un vuelo a Medellín, que sino muy gustosamente nos habríamos quedado un par de días más en ese paraíso de Playa Blanca, disfrutando de las ensaladas de frutas, los jugos, e incluso deliciosas hamburguesas vegetarianas preparadas por uno de los simpatiquísimos locales.

Para la vuelta a la civilización en Cartagena, ya habíamos tenido bastante emoción con el viaje de ida con bus-ferry-mototaxi, y esta vez optamos por tomar una lancha directa hasta Cartagena. Sí, ya sé que antes he dicha qque esta era la opción menos emocionante, pero el trayecto Playa Blanca-Cartagena apenas cuesta 15000 pesos por persona, así que una cosa es buscar la emoción, y otra hacer el ganso...jeje

Ya con los pies en tierra cartagenera, a darnos un buen festín para el almuerzo, y corriendo para el aeropuerto de Cartagena para tomar el vuelo a Medellín, donde nos esperaban John Alex, un viejo amigo de Ewe, y su mujer Lucía.

Con todo esto poníamos punto y aparte a la ruta por la costa caribeña. Muchos sitios inolvidables descubiertos, muchísimos más aún por descubrir, tanto terrestres como submarinos, y un siempre bienvenido moreno gracias al incansable sol de la costa, en algún caso tirando a rojo cangrejo.

Cuidemos nuestro planeta, porque cuando no naya más árboles ni flores, ¿a qué le vamos a cantar?, ¿a los edificios? Noé González.

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